Salario mínimo

 

         La normalidad se presume. Nadie tiene que andar con tablilla o licencia de normal para que lo consideremos como parte de este gran promedio del que formamos parte.

         Aunque algunos se han empeñado en querer insinuar que son geniecillos que divagan en cuestiones etéreas apartándose de los pensamientos del pueblo común que habla español y satisface sus necesidades casi diariamente, los políticos nuestros son chillonamente normales. Sin embargo, esos queridísimos especímenes que se autoproclaman tenedores de la verdad absoluta y que diariamente nos regalan un pensamiento de orientación, guía y luz, de vez en cuando se empeñan en hacer y decir cosas que ponen en entredicho su normalidad o sanidad. 

         De un tiempo a esta parte, Pedro se viste de pueblo y actúa de payaso obrero que copia y repite para diversión de grandes y pequeños. No existe ser humano lúcido que no sienta herida su dignidad y la ajena al ver tan miserable actuación. No aprendemos a ser carpinteros luciendo un serrucho, martillo y mandil.  Tiene que haber necesidad y vocación. Hay que sufrirse el calor y la lluvia, la fatiga, el hambre, las sabandijas, la viruta, astillas enterradas y los nudos y fibras torcidas del pichipén. Hay que vivirse la dureza y resina pegajosa del nicaragua, las maderas mojadas, piezas viradas, alturas desabridas, cortaduras con serrucho Diston y machucones de sangre con martillo de cabo de madera que en incesante movimiento ensambla y crea espacios a $5.15 la hora.

No es albañil el que se pone un capacete amarillo y por un día de dos horas de actuación, o mientras lo capta la cámara cómplice, mueve medio saco de cemento sin piedra. Hay que pegar la vida cargando cemento, bloques, arena, piedra, mezclando, levantando varillas y empañetando techos, mientras las cervicales se retuercen. Con atuendo remendado y apestoso, amigo, con bodrogos pesados y callos en las manos, con artritis acelerada por el desgaste, por el esfuerzo, por la fricción, por el movimiento. No artritis de tenis o golf. Hay que cargar como burro y no ver el andamio que pisas porque el sudor te empaña los ojos. Hay que aguantar los dolores de espalda herniada y los esfuerzos físicos que el peso reclama. Hay que soportar a un jefe abusador que llega acompañado en Mercedes, para el que no existes, y si te mira, tan solo reconoce a un gasto maloliente, desaliñado, manchado, raído y sudoroso.  A $5.15 la hora, hermano, a $5.15.

         Somos normales y ningún ser normal, a menos que sea un megalómano buscón, que se retira con una pensión fabricada de $52,000.00, aspira a ser obrero.  Eso Pedro lo descartó hace medio siglo, cuando, con la misma inteligencia de los que ahora imita, pero con más oportunidades y un papá distinto, se fue lejos a estudiar precisamente para no ser obrero y vivir una vida fácil de dinero, luces y prominencia. Hay que ser bien malvado para burlar al obrero con $52,000.00 por año, a razón de $120.00 la hora de pobre actuación de pobre.  Quizá fuera otro el cantar si, como parte de la comedia, lo hubiera hecho a $5.15 desde que comenzó hasta que terminen sus días de comediante. Pero no, mientras de mono actuaba, sin ningún rubor ni vergüenza peleaba por unos pesos mal habidos en trabajos fantasmas reclamando el don de la ubicuidad, no ya como Mesías, sino como Dios.

         Hace años, tuve un amigo estudiante al que le brindaban cuchitril gratis en el traspatio de una barra santurcina de renombre en la época. Un día le pregunté por qué no pagaba por la pequeña habitación. Se sonrió, con esa sonrisa abatida de los que cargan muchas penas y dijo: “Es que soy el que rompe piedra con baldes de agua”. Como no entendí, explicó: “Los borrachos hacen sus necesidades sólidas en los orinales y a mí me toca romperlas en la mañana a palanganazo limpio, mientras el agua rebota, salpica y moja”. Como ahora, había mucho desempleo y una fila de parados estaba dispuesta a hacer lo mismo, a trabajar.  “Si no fuera por eso, no podría estudiar.”

         Hay que ser anormal e insano para tratar de imitar la vocación, la necesidad, el trabajo y el sufrimiento en un carnaval de fotos y cámaras con curiosos husmeando la actuación para entregar la poca dignidad que se ha tenido a cambio del poder de pacotilla .

         Cuando vi a Pedro con toda su blanquitería haciendo el ridículo de confundir el trabajo decente con payasadas, queriendo dar la impresión de que realmente vivía esa experiencia de honor, me lo imaginé rompiendo piedra con baldes para ganarse el descanso en un tugurio de mala muerte y a nombre de mi amigo olvidado y de los de a $5.15, lo maldije.