PRESENTACIÓN DEL LIBRO QUIQUE AYOROA SANTALIZ, PATRIOTA, QUIJOTE Y AMIGO

En una noche de alegría estudiantil de celebración de fin del primer semestre universitario, mezclada con el tradicional run run navideño, de esos momentos en los que los muchachos se sienten inmunes a la desgracia porque la vida les sonríe, un joven pepiniano tuvo un aparatoso accidente mientras conducía su vehículo por la avenida Hostos en Ponce. Aquella noche de diversión estudiantil se convirtió en una horrible pesadilla. El pepiniano resultó con múltiples heridas que lo mantuvieron al borde de la muerte y el amigo que lo acompañaba, falleció. Según la investigación preliminar de la policía, el accidente se produjo cuando el conductor impactó por la parte posterior a un gigantesco camión que se encontraba en medio de la avenida, teoría que posteriormente resultó ser falsa. La verdad probada fue otra. El camión propiedad de una rica e influyente compañía de transporte, marchaba en retroceso con las luces apagadas porque al conductor se le pasó la entrada del alma-cén en el que descargaría la mercancía que cargaba.

Con esa diligencia exquisita con la que se procesan los casos de los de abajo, pero que le brindan al gobierno la oportunidad de hacer favores y espectáculos de eficiencia demostrando su gran capacidad de procesamiento casi instantáneo, y mientras el joven pepiniano se encontraba en estado de inconsciencia batiéndose con una muerte prematura que con empeño lo reclamaba, le notificaron a su familia que le radicarían cargos por el homicidio involuntario de su acompañante. A mí siempre me ha maravillado la diligencia gubernamental en el procesamiento de los muchachos del color del camino que visten camiseta, mahon y calzan tenis.

Los padres del joven herido, que afortunadamente se recuperó, y que eran mis amigos de muchos años, me visitaron para que asumiera la representación de su hijo en tan complicado asunto. Había visto crecer a aquel muchacho y no me atreví a representarlo. Fracasar en esa lucha me aterró. Pensé que necesitaba al mejor abogado ya que según la información que tenía, algún cabildero de la desgracia quería causarle todo el daño posible para proteger a los verdaderos culpables mediando el manejo indebido del proceso judicial.

Desde que conocí en la UPR a la que es hoy mi esposa, que es tan ponceña como Don Pedro, allá para la época en que Antonia Martínez Lagares soñaba con la independencia, me hablaba de un joven abogado que ya para ese entonces se destacaba, entre otras nobles labores, como criminalista y escritor. Desde esa época, aunque nunca lo había visto, era su admirador. Su nombre era José Enrique Ayoroa Santaliz, conocido por todos como Quique Ayoroa. Menos sus escritos relacionados con el deporte, con el cual nunca he tenido una relación sana, leía todo lo que Quique escribía. Aquel abogado de Ponce, que tiempo después me enteré que nació en Isabela porque, como diría alguien, los ponceños nacen donde les da la gana y no donde diga el resto del país, se había destacado en la defensa de acusados relacionados con las luchas estudiantiles de la época y su nombre fue creciendo hasta casi convertirse en una figura épica. Es curioso, porque algunas personas que lo conocían me hablaban del Lic. Ayoroa Santaliz y yo, sin conocerlo pero ya casi conociéndolo, les hablaba de él a muchos amigos que no lo conocían.

Con el paso del tiempo Quique se convirtió en mi pana en la distancia. Nunca lo había visto, pero lo sentía cercano porque los reflejos de su luz llegaban lejos. Como dije antes, desde hacía muchos años leía casi todo lo que escribía, incluyendo su libro De Guajataca a Los Cedrosy De serenatay leer no es otra cosa que penetrar en el corazón del escritor y dialogar con su alma. Ya yo profesaba este arduo y noble oficio (como diría Ossorio) de pedir justicia y viajaba a la ciudad de Ponce con alguna regularidad a visitar a la familia de mi esposa y en ocasiones, para algún caso en el tribunal. Siempre que iba al tribunal intentaba localizarlo para conocerlo personalmente, pero nunca lo vi.

Tal era mi admiración por Quique que lo recomendé a mis amigos para que representara a su hijo en tan enrevesado asunto como lo es una acusación criminal manipulada. Ellos visitaron a Quique en su despacho en Ponce, lo contrataron y él comenzó inmediatamente con su ingente labor. Al poco tiempo, y como consecuencia del accidente, demandaron a mis amigos y, con el solapado deseo de conocer a Quique y echármelas por compartir un caso con él, acepté ser su abogado en la demanda.

Luego de asumir esa representación, y ya habiendo transcurrido algún tiempo, un sábado en la mañana, y cuando me disponía a abrir mi despacho, se me acercó aquella unidad no del todo desconocida y mezclando su nombre con un abrazo, me dijo: Yo soy Quique Ayoroa. Luego de recuperarme un poco de la sorpresa, lo invité a entrar y ahí comenzó lo que hacía tiempo se hilaba en dos espacios distantes.

Ese encuentro fue allá para el viejo año 1998, ya en los últimos estertores del milenio. Quique estaba próximo a cumplir 60 años y yo, 50. Aquel hombre se las traía y para mí fue como un aparecido. Para que tengan una idea, no bien entró a mi despacho, nada más y nada menos me dijo que estaba visitándome porque le habían hablado mucho de mí y quería conocerme. ¡Diantre! Pensé que el tipo era un perfecto paquetero porque de mí nadie cuenta ni tiene porqué contar y por lo poco que se cuenta nadie ha querido conocerme porque como diría uno de mis hijos, no soy muy fácil de querer. Pero fue así y así lo cuento.

Aquel abrazo me recordóel encuentro del loco Don Quijote con un ermitaño también loco que vivía en Sierra Morena. El ermitaño lo saludó y Don Quijote “le devolvió el saludo con no menos comedimiento, y, apeándose de Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido”.

Él en su causa criminal y yo en el proceso civil, trabajamos el mismo caso, y por un pequeño tiempo y mucho éxito, recorrimos similar camino. Al igual que la canción de Frankie Hernández, podría decir que Quique llegó a mi vida como una bendición. En aquellos años mis hijos ya habían comenzado a echar vuelo y sentía mucho su ausencia. Creo que algo similar, aunque mucho más doloroso, le pasaba a  Quique porque apenas tres años antes había perdido a su esposa Lena y a su hijo Francisco Alfredo con nueve meses de distancia entre ambos fallecimientos. Lena, la misma que esperó nueve meses para ver a su hijo nacer, a los nueve meses de haber fallecido lo volvió a tener en su madriguera buena cuando se lo asesinaron y regresó al regazo del infinito con ella.

Luego de la inolvidable visita de Quique aquel sábado, comenzamos a intercambiar información política, de música, literaria, libros y hasta se atrevió a enviarme algunos escritos de deportes. Creo que me envió todo lo que había escrito, incluyendo un pequeño libro de poemas. Yo escribía una serie de artículos para el periódico La Estrella de Puerto Rico y para la revista jurídica Ley y Foro del Colegio de Abogados, y cuando él los recibía, me enviaba algunos versos inspirados en mis escritos. Era evidente que el propósito de los versos no era hacer poesía sino mantener comunicación con un amigo. En una ocasión escribí sobre un niño que murió en su primer día de clases y él me contestó:

Nuestras sensibilidades

Son gemelas uterinas,

Quejumbrosas golondrinas

Impregnadas de saudades.

Por eso somos cofrades,

Ramón Edwin, mi hermano.

Por eso vamos de mano

Y un Juan Carlos Cruz Rosario

En su increíble calvario

Nos sume en el arcano.

 

Cuando pasó un tiempo y dejé de escribir por una de esas crisis del alma que todos pasamos, me envió este mensaje:

 

Huérfano de tus escritos

Inverna mi decimario,

Mi bolígrafo en su armario

Está almacenado, ahito

Por eso, Ramón, te invito

A que sigas enviando

Lo que vayas redactando

Y me instes a versar.

Que en cada improvisar

Los iré sintetizando.

 

De esos versos recibí muchos, tantos, que en una ocasión hablamos de publicarlos junto a los escritos en los que se inspiraban.

Quique es un caso, amigos, un caso único, y ha dejado en mí una huella indeleble, como cicatriz de vidrio en el pie descalzo de un niño, como un tatuaje en el alma. Entre nosotros nació una gran amistad como la que nació con todos los que son sus amigos porque Quique no tiene pequeñas amistades. Lo único que lamento es no haberlo conocido antes porque como dije, lo conocí cuando ya él tenía 60 y sé que antes de conocerlo se dedicó a cultivar la amistad, con ese don especial con el que algunos son premiados. Nunca he visto a nadie que tenga un sentido de solidaridad más grande. Él todo lo da y se da en todo. Aunque había una distancia considerable entre nuestros hogares, en ocasiones, menos de las que yo deseaba, nos visitábamos y conver-sábamos, más bien él conversaba y yo escuchaba, porque sin duda, valía la pena escuchar aquella biblioteca parlante. Un de Día de Reyes en el que anualmente hacemos un junte familiar en nuestro hogar, me llamó y me dijo: “Voy para tu fiesta acompañado de una amiga Colombiana que es única y exclusivamente una amiga que va con la que ella considera su mamá en Puerto Rico. Pero quiero dejar claro que es una amiga, nada más que una amiga porque no somos nada. Te repito, es una amiga, tan solo una amiga que ya nos conocemos un poco pero es tan solo una amiga. ¿Entendiste, verdad? Una amiga y no somos nada”. A mí, el insistente “no somos nada” me estuvo sospechoso, por lo que evoqué el poema de Julia de Burgos:

 

Como la vida es nada en tu filosofía,

brindemos por el cierto

no ser de nuestros cuerpos.

 

Al poco rato llegaron a la fiesta, y luego de presentarla con orgullo poco disimulado a la familia, se fueron a conversar cerca de un estudio de pintura de mi hija Yara Maite, lugar hermoso en un pequeño bosque por el que muy cercano discurría un caudalosa quebrada. La joven señora, que no era nada de él, nada de nada, que tan solo era una amiga, repito, una amiga porque “no somos nada”, se llamaba Rocío y era inteligente, hermosa y simpática. Cuando llegaron, nos percatarnos, porque no había forma de no hacerlo, de que estaban enamorados. Todos lo sabían, menos ellos. Cuando terminaron de conversar, ya eran novios. Se acercaron al grupo tomados de la mano y resultó que los que no eran nada eran uno y todavía lo son. Tiempo después se casaron y como en los cuentos de hadas, viven juntos y felices con su amor y el lugar en el que se juraron amor quedó bautizado en su honor como la Placita no somos nada la cual espera por algunos arreglos para, junto a ellos, hacer una inauguración formal

Quique, como lo hacía con todos, siempre se encargó de hacerme sentir bien. Ya les dije de sus versos y cuando publiqué mi libro Estilete, y sin yo saberlo, una noche viajó desde Ponce hasta Aguadilla para ser uno de los presentadores. Entre otras delicadezas y gestos de solidaridad, acompañó a la familia cuando falleció mi suegra, y ha sido la persona que más me ha estimulado a escribir. Se empeñó en que publicara Lezna, mi segundo libro, y lo prologó. Cuando publiqué mi novela Mayoral, y con el fin de lograr el mismo propósito que cuando me dijo que le habían hablado de mí, me llamó y me dijo que era la mejor novela que había leído y que quería presentarla. Sé que no decía la verdad, pero conociéndolo, sabía por qué lo hacía.

Este libro Quique Ayoroa Santaliz, Patriota, Quijote y Amigo, escrito por su ahijado José Enrique Laboy Gómez, habla de lo que les he dicho: de un hombre que parece ser el personaje de un cuento de caballerías y por eso el autor lo llama Quijote. Muchos de los relatos impresionan como cuentos y otros como fantasías, pero no hay cuentos ni fantasías en este libro. En esas páginas atrapadas entre dos tapas en las que con humildad y sin aspavientos una figura de barba blanca parece que se asoma en la portada preguntando por qué está allí, habita la verdad de un hombre de bien, honra de nuestra nación, ejemplo bueno, modelo a seguir. Viví admirando lo que eran los grandes próceres de nuestra tierra pero nunca pensé que conocería a uno de los más esclarecidos y mucho menos, que seríamos amigos. El encomiable trabajo realizado por José Enrique Laboy Gómez es el más hermoso homenaje que se le ha hecho a nuestro amigo Quique.

Quique enfermó y permanece en un hospital en Nueva York desde el mes de abril. Rocío lo acompaña y él denodadamente batalla por su vida porque siente que aun le queda mucho por sembrar. Hace unos días me topé con un poema y no pude dejar de pensar en Quique. El poema es ElSembrador de Blanco Belmonte y quisiera que ustedes lo escucharan:

 

 

El Sembrador

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aún no sé si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡Hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño.
¡Desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
-Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.

-¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
-Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho,
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!

Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?…
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.

Por eso cuando al mundo, triste contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo,
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura.
Y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura.

Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…

 

Ayer recibí el siguiente mensaje de Rocío: “Quique está en preparación para recibir 35 radioterapias. Dejó de caminar después de las quimioterapias. Está en un centro de rehabilitación para que vuelva mínimamente a moverse. Ha sido un proceso muy, pero muy duro”.

Tan solo les pido a ustedes que al que tanto nos ha dado, le regalemos algunos latidos de los que nos quedan. Yo lo sigo esperando para la inauguración de la placita y para la presentación de Mayoral, porque Quique siempre cumple, Quique nunca falla.

 

 

Ramón Edwin Colón Pratts

17 de agosto de 2019