En este parcelado país (y cada vez con mayor frecuencia), al despedir el día dejamos a algunos legisladores en su trono legislativo gorjeando para televisión algún tema baladí, con un retrato de familia en la pared posterior de su oficina, y al despertar nos sorprenden con las manos en brazaletes de acero llamadas esposas, como si esas señoras fueran las únicas que amarran con manillas. Entonces no sabemos cómo nombrarlos: honorables denunciados, honorables acusados, honorables reos, honorables imputados, honorables convictos, ex-honorables o simplemente, deshonorables inexcusables e irresponsables. Somos tan y tan requetebuenos que hasta nos conmovemos cuando los vemos en los medios llevando a cuesta la pesada carga de sus equivocados procederes. No importa la barbaridad que se le impute o a qué partido pertenezca, este bendito pueblo, compasivo y misericordioso como ninguno, siempre mira con tristeza al hermano en desgracia.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se le dice a estos compatriotas que se empeñan en oscilar como badajos entre el trono legislativo y la banqueta carcelaria, ya que aparentemente por no tener el adecuado discernimiento o por empeñarse en la utilización parcial de sus entendederas, se confunden fácilmente. Por mucho tiempo, se le estuvo diciendo que no hacían nada, que no eran productivos y que ganaban mucho sin dar un tajo. Pues señores: se nos fue la mano. Tanto los criticamos que enloquecieron haciendo leyes hasta para votar por gente de otro país y por cuanta cursilería se les antojó en sesiones largas y cortas, diurnas y nocturnas, regulares y especiales. Tomaron en serio eso de fabricar leyes y en lo que viene el guardia a esposarlos, se han dedicado a convertir cualquier escrito que le pase por enfrente en pieza legislativa. Afortunadamente el capitolio está bastante lejos de los baños públicos de San Juan porque sabe Dios qué gracia nos podría hacer alguna traicionera ráfaga de viento que desde allí volara un papel usado hasta el escritorio de los señores presidentes. Como ya dije en otro escrito, esas antesalas de convictos lo quieren resolver todo con leyes. Han hecho tantas que han repetido algunas y en los lares capitolinos se escuchan los ayes de la incesante imprenta que fatigada, no aguanta más tanta palabra inútil.
La última genialidad de estos esclarecidos cerebros fue sobre el tiempo. Tienen que utilizar relojes digitales porque no entienden cómo se mueven las manecillas del reloj, pero se han puesto a trastear el tiempo como hizo Edwin Mundo cuando cambió la hora para aguantar un día, a revés de lo que hacen los niños para que los Reyes lleguen pronto. No existe ninguna justificación para tal dislate que no sea la quimérica aspiración política de ser estadounidenses por legislación. Esa es la única explicación de tan disparatado asunto, aunque con estudios de encargo intenten ocultar sus transversos sueños. ¡Qué pobre e infeliz es el hombre que no se conforma con la identidad que Dios le dio y anda en busca de otra! Nos convierten en bilingües por legislación, nos cambian la dieta de los comedores escolares para hacerla más de allá, nos compran computadoras en inglés, nos educan como aquellos y cuanta monería hacen los vecinos del norte, la quieren adoptar como folklore nuestro. Hasta los judiciales se contagiaron con esta terrible fiebre y desde que en el 92 D.P.R. 596 dijeron que el español era el que era, se han dedicado a citar en sus opiniones, sentencias, órdenes y resoluciones al maldito idioma extranjero sin saber que más de la mitad de los abogados brincamos las citas en esa jeringonza que ahora aparentemente da algo de caché a los que lo utilizan. Afortunadamente no somos colonia de los esquimales porque a estas alturas y casi en el Ecuador, vestiríamos de piel y las casas serían iglús con focas jugando en palanganas de hielo en nuestros patios de cemento. Lo curioso es que aparentemente a nadie le da vergüenza tan deshonesto proceder. Y pensar que todo esto empezó con aquella canillera ideológica de Muñoz que abrió paso a los mas absurdos comportamientos. Por mencionar tan solo tres de los más notables, graciosos y conmovedores, doña Fela trajo nieve en avión a la ciudad capital, Muñoz pidió el voto presidencial y Celeste Benítez cambió el semestre escolar para ajustarlo a las vacaciones forzadas por la nieve. Eso y mil embelecos más hicieron los que cucaron al perro y ahora se quejan de que los quiere morder. Fueron buenos maestros y sus lloviznas trajeron estos fangos donde ahora resulta que a las dos de la madrugada del primer domingo de abril el horario será adelantado una hora y a las dos de la madrugada del último domingo de octubre será atrasado una hora. Afortunadamente todavía a la legislatura no se le ha ocurrido hacer alguna travesura con el espacio, aunque no dude que un buen día cambien las coordenadas y nos pongan en guardarralla con Florida. Tal vez para ese entonces el clima ser como el que quería la señora aquella que hablaba con abanicos y apuntaba con el moño hacia el norte.
No sé qué efecto tendrá eso del tiempo en la naturaleza. No sé si nuestros pájaros se turbarán, los coquíes no cantarán, el alba y el ocaso se enredarán y la luna y sol enloquecerán. Tan solo le pido a Dios que no le haga caso al César y se asegure de que el día 24 de diciembre, exactamente a las 12 en punto de la medianoche, la melodía de nuestros gallos coincida con la llegada del hijo santo y en su canto anuncien al mundo la buena nueva de que el niño nació, no que nacerá en una hora o que hace una hora que nació. Amén.