Hemos esperado bastante

El lunes 8 de febrero de 1999 se publicó en la sección Perspectiva de El Nuevo Día, página 55, un pobre y lamentable escrito bajo la firma de don Ismael Fernández, periodista, ex-legislador y, por lo que dice, juez de jueces. Siempre leo sus columnas porque soy uno de tantos que tratan de leerlo todo, y en ese todo, evidentemente, están sus trabajos. El señor Fernández mantiene en su producción periodística la misma calidad que le imprimió a su labor legislativa, lo que eso signifique. Alguna gente gusta de sus escritos porque de vez en cuando le da su cantacito al gobernador o a alguno de los suyos, y hasta suena liberal. Es bueno que la gente escriba y que escriban lo que mejor le parezca de lo que crean adecuado. No debieran convertir las letras en féminas de vida alegre ni ser mercenarios de la palabra, pero cada cual, equivocado o no, hace con sus limitaciones, talentos y oportunidades, lo que mejor le apetezca. El señor Fernández siempre ha escrito, y bueno o malo, escribir siempre es bueno. En lo que creo que el señor Fernández se equivoca (y que su santa ira me perdone si lastimo su ego de hombre de vasta experiencia periodística) es en apuntar con la pluma como si fuera un rifle en manos de un francotirador de encargo, con la única encomienda de darle a algo que aparenta ser un blanco prepagado. No sólo apunta, también dispara.

Lo anterior, lo digo por el escrito antes mencionado. El título del artículo es Un juez residenciable. En él, y por razones que sus lectores desconocen, el señor Fernández le hace un favor a alguien a quien por casualidad también se desconoce, escribiendo cosas que resultan horribles para cualquier persona, pero en este caso, dirigidas a Reinaldo Franqui Carlo, Juez.

El periodista comienza hablando de un caso que presidió dicho Magistrado. Por la forma precipitosa, atropellada, descuidada, a borbotones, y por la urgencia y premura inexplicable en que lo expone (como para cumplir con el mandado a tiempo) podemos colegir que lo hace como un encargo de alguien a quien aparentemente no le gustó el dictamen que se emitiera en el caso, elaborando una colección de disparates jurídicos que le van bien a otro tipo de disparatero pero muy mal al señor periodista y ex-legislador. O alguien le dio datos equivocados, o lo que es peor, los equivocó intencionalmente. Los periodistas, aunque nos parezca sorprendente e increíble, no están inmunes a introducir las piernas (algunos lo hacen con dramática frecuencia) pero tienen la suerte de que no hay quién se lo señale ya que si usted lo hace, le van a dar dos veces y hay veces que hasta más de dos veces. Con ellos, una lucha que pudiera ser igual, se convierte en desigual, no porque el que contesta el golpe no tenga razón sino porque tiene menos oportunidades, por no decir ninguna. Además, a nadie se le ocurriría bailar en la casa del trompo.

A mí (sin poses de macharrán de esquina) como me importan tres pitos el señor Fernández y todos sus asociados, jefes, congéneres, alzacolas, mandantes, apoderados y soplapotes, digo lo que digo y que los aludidos se revienten. Por lo menos, me conformo con saber que no dice más el que más habla ni el más leído, ni siquiera el más publicado. Dice más el que mejor dice y dice mejor el que no dice falsedades. Aunque suene inocentón en estos agonizantes días del milenio, todavía creo en que la verdad siempre prevalece.

Pues el periodista, ex-legislador y juez de jueces, le da duro al Juez. Curiosamente, casi todo lo que dice es falso, salvo uno que otro nombre o dato, estos últimos, mal utilizados y fuera de contexto. Alguien dijo que con hilos de verdades se tejen grandes mentiras. Nadie sabe a quién el escribidor le hacía el favor: a los fiscales del caso, a alguna familia relacionada con los hechos que se ventilaron, a alguien que pretenda sustituirlo como juez, o a algún político a quien no le han beneficiado sus dictámenes. Tal vez, al señor Fernández le dio con estudiar derecho, y en la búsqueda al azar de buena jurisprudencia, se tropezó con el caso que mal discute en su columna totalmente fuera de perspectiva. Hacía muchos años que no veía tantas barbaridades juntas. Arte difícil, ese de apiñar inexactitudes, a una edad en que se debe pulir el intelecto en vez de convertirlo en guayo o en lija de grano grande. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que el encarguito está por ahí y que don Ismael, sin ningún empacho o vergüenza, y a pesar de sus añitos, lo hizo como buen muchacho de mandado. El problema es que, por casualidad, el nombramiento del Juez está sobre el escritorio del gobernador y si el gobernador, ese maravilloso artefacto tan desentendido en tantas cosas, le hace caso al encarguito de don Ismael, pues se fastidió la carrera judicial de uno de los mejores  magistrados que tiene la judicatura puertorriqueña.

Y como no sé escribir de otra forma que no sea esta no tan publicable para los aspirantes a cachendosería, me cansé de esperar por alguien que dijera algo de este pensador sin pensamientos, y de su inclinada columna. Las delegaciones de abogados de Aguadilla, Mayagüez, Ponce y de todos los lugares donde el Juez ha presidido una sala, le dieron su respaldo y apoyo. La de Aguadilla en particular, aprobó una resolución el mismo día del oprobio. El presidente del Colegio de Abogados hizo lo propio. Todas las expresiones de solidaridad, por algún designio fatal, jugarreta oficial o casualidad sinigual, se quedaron como rescoldo a la vera de la verdad esperando ver luz pública.

Me cansé de esperar porque alguien fino, de renombre, de esos que tienen el tacto, la prestancia, inteligencia y el acceso a los medios, dijera algo. Es posible que lo haya hecho y que no se lo publicaran, pero lo escrito y no publicado no existe, porque la publicidad es constitutiva del mensaje. Nadie ha dicho nada, al menos, que yo sepa. Me parece que en el caso del linchamiento que le hace el columnista al Juez, se formó un escandaloso corre-corre de silencio. No creo en ese silencio. No creo en el silencio de escrúpulos y vergüenza parecido al pecaminoso beso de Judas. Cogiendo pon en ese silencio se concluyó a secretos que los abogados teníamos que permanecer cómodamente callados. ¿Por qué? Pues el Canon 11 del Código de Ética Profesional dice unas cosas, aunque el 10 dice otras. Lo cierto es que los abogados que conocemos al juez no podemos hablar, ya que postulamos ante él, y los que no lo conocen, pueden hablar porque no postulan ante él. Genial. Ahí precisamente es que se nos cuela un don Ismael casi seguro de que nadie le dirá nada: porque los que pueden decir no pueden hablar, y los que pueden hablar, no pueden decir. Hubo otros que no quisieron argumentar alegando que se podía causar más daño revolcando los escombros y cachivaches de pensamientos de Fernández. Y obviamente, salió a relucir el que uno es de tal o cual partido y el siempre presente «que otro lo defienda». A lo lejos oigo un tintineo de comodidad y falta de compromiso. O tal vez no, tal vez sea de voluntaria y cómplice resignación. En este bendito país donde el individualismo, narcisismo y el «sálvese el que pueda» es la regla de oro de la supervivencia, es difícil que ante la sacramental expresión periodística, alguien defienda a alguien. Recuerdo a Martin Niemoller cuando en el 1945 sentenció:

 

En Alemania, los nazis primero persiguieron a los comunistas, pero yo, como no era comunista, no protesté. Más tarde vinieron tras los judíos, pero como yo no era judío, no protesté. Luego comenzaron a perseguir a los miembros de las uniones obreras, mas como yo no estaba unionado, no protesté. Más adelante la persecución se tornó contra los católicos, pero siendo yo protestante, no tuve por qué protestar. Luego vinieron por mí. Para ese entonces ya no había nadie que protestara por ninguno otro. Asegurémonos que tal cosa no vuelva a suceder.

No quiero ser cómplice de ninguna poca vergüenza, mucho menos de una que me queda tan cerca. No quiero ser solidario por omisión, de alguna puercada política revestida de falsa seriedad de fiscal de oficio.

Los jueces, de los cuales se dice que tienen tanto poder, tienen la debilidad inmensa de no poder defenderse, por lo que ante el agravio y la afrenta pública se quedan arrinconados junto a su familia, sufriéndose la vergüenza de cuanta falsedad e imbecilidad se le ocurra a tipos como Ismael. Resulta bajuno y cobarde, darle al que sabes que no responder  porque no puede. ¿No te da vergüenza,  Ismael?

Así que Ismaelito, muchacho de mandado, carga bate y «vete y ve y dile», búscate a uno de tu tamaño, que sea tan bajito como tu, y mientras tanto aprende, aprende que aunque tienes el absoluto derecho de decir lo que te dé la real gana como hombre de cuarto poder o como periodista de cuarta, también los demás tienen el absoluto derecho de contestarte lo que a ellos también les de la gana. Como diría su amigo Homero, ahí está tu talón de Aquiles: si me das, te doy. Tu dolor será mayor porque sé que a tu orgullo le duelen más mis rasguños, casi privados por la falta de publicidad, que a los demás tus cañonazos públicos de falsedad y encargo.

Señor periodista, ex-legislador y juez de jueces, lamento lo poco, pero no tengo más espacio. A diferencia de ti, que crees en borrar gente, me alegro de que los periodistas no sean residenciables. Como es posible que ésta no la publique nadie, tal vez nunca te enteres de su contenido. Es una pena que te la pierdas, Ismaelito, realmente es una pena. Sé que si algún día la leyeras, no faltaba más, tendrás la última palabra, y a mí, ¿que?. Y por poco se me olvida: Ismaelillo, el Diccionario de Voces Coloquiales de Puerto Rico recopilado por Gabriel Vicente Maura dice en la página 553 que «El ladrón juzga por su condición».

Su señoría don Ismael, respetuosamente sometida.

En San Sebastián, Puerto Rico,  22 de abril de 1999.