La dignidad del silencio, enrevesada e ininteligible expresión, ha sido utilizada frecuentemente como talismán verbal del juez presidente del Tribunal Supremo de San Juan. Lo que es digno es el verbo, no el silencio, pero por un funambulismo palabrero, se ha dicho lo contrario. Callar cuando se debe hablar es asunto de estrategia, no de dignidad. La palabra, aquella llamada verbo y que fue el principio de todo, nunca debe suprimirse porque es como intentar obliterar lo que nos distingue de otras especies.
Por el asunto de la estrategia, que tiene más pinta de militar que de judicial, cuando al juez presidente se le preguntaba sobre algún asunto en el que había decidido o que se relacionaba con el tribunal, casi siempre salía una escueta “dignidad del silencio”, que como expresión ligera e inocua, pero con falso semblante de profunda o poética, era un resuelve para lograr el objetivo de contestar sin decir nada.
Alguien presentó una querella en el Departamento de Justicia contra el juez presidente. El quejoso alegó uso indebido de escoltas y vehículos oficiales. No bien la noticia trascendió, voló la dignidad del silencio y según la prensa, el juez presidente emitió un comunicado mientras la dignidad y el silencio se encampanaban. Dijo lo siguiente: (1) que conoce la querella; (2) que las alegaciones en su contra carecen de toda veracidad; (3) que las denuncias están relacionadas con su seguridad; (4) que la Regla 10 del reglamento del Supremo le brinda esa seguridad a los jueces y a sus familiares; (5) que ese reglamento establece que los alguaciles por sí mismos (sic) estarán a cargo de la seguridad de los jueces, de sus familiares inmediatos y de los empleados del tribunal; (6) que las quejas en su contra se daban “dentro del marco de unas reclamaciones laborales”; (7) que esas quejas las llevan a cabo varios empleados de la rama judicial; (8) que lamenta que los empleados “descarguen sus frustraciones” intentando “lacerar su imagen en el servicio público”; (9) que su record público es claro; (10) que el país conoce sus ejecutorias ; (11) que no se dejará amedrentar por reclamaciones que responden a intereses personales; (12) que lo hará de la misma forma en que rechazó el intento de paralizar las labores de esa importante rama de gobierno hace unas semanas por esfuerzo de ese mismo grupo de empleados y (13) rechazó tajantemente cualquier intento de que se lo presionara con ataques personales y a su familia. O sea, dijo un paquetón de cosas, entre las más significativas, esa de las frustraciones, que a decir verdad, es una belleza.
Dijo todas esas cosas. Para mí, que soy un furioso defensor de la libertad de expresión, actuó correctamente. Pero el asunto no es ese. El asunto es que mientras el juez presidente puede defenderse de lo que él considera presiones, ataques y frustraciones, los demás jueces del país, en cuanto a asuntos que los afectan directamente, tienen que permanecer como efigies de la indiferencia. ante cualquier ataque injurioso, difamatorio, exacerbado y falso. Es por eso que, en un escrito anterior, decía que cualquier periodista fanático, de pluma fácil e indigente redacción, o cualquier magistrado federal y hasta los políticos o ejecutivos (si el juez no fue nombrado por su administración) intentan hacer papillas a nuestros jueces como mal oficio de “bullying” de la palabra.