Almadriz

Sé que, desde el día de tu eterna partida, has estado a su lado, y que, día tras día, lo proteges y mimas. Sería injusto que no fuera así. Para los amores grandes no hay espacio ni tiempo. Así es y así debe ser. Es por eso que sabes todo de él, pero por si algún serafín majadero te entretuvo en alguna travesura celestial y algo se te escapó, te cuento algunas cosas.

Manolete es un poema. Me gustaría ver tu cara cuando todos lo bendicen y se alegran de su hermosura y gracia. Su mirada brillante es dulce, y sus negros ojos son una puerta al cielo. Es serio como ninguno, pero al reír se escucha música de terciopelo acariciando el espacio cual alas de mariposa. Sus gestos son suaves como manantial, aunque últimamente parece una pequeña cascada. El niño está creciendo.

Se resiste a hacer la «linda manita» pero todo lo toca con gracia especial. Si descubre pequeños tesoros, hay que discutir por largo rato para convencerlo de la entrega del botín de la curiosidad. Si lo tienes al hombro, te mira y trata de cogerte las palabras de la boca. Creo que las toca. Más que escucharlo, ve el sonido y lo toma en sus manitas fuertes, tibias y suaves. Si se fija en sus pies y descubre su movimiento, los agarra llevándolos a  la boca en gesto de triunfo, y sonríe. Tiene dos dedos del pie derecho unidos hasta la mitad y esa perfecta imperfección lo hace más gracioso al hacer solitos descalzo para que todos se los festejen.

¿Recuerdas como tus nenes gateaban? Él no lo hace así. Aunque sabe cómo hacerlo, se empuja con los dedos de los pies (que ya apuntan callos) y, ayudado por sus brazos, se arrastra en movimiento suave, rítmico y acompasado. Si le dices que lo vas a coger, avanza y no hay quién lo alcance en su alegre huida hacia cualquier lugar en el que, juguetonamente, se detiene para ver si lo sigues.

Si lo vieras bailando, vivirías de la alegría. Tiene dos pasos: uno hacia el lado, en el que de vez en cuando levanta uno de los pies perdiendo un poco el equilibrio, y otro en suave y rítmico sube y baja. Una vez comienza a danzar, se fija en todos sus espectadores como si le complaciera su atención o tal vez buscando su aprobación y aplauso. Hay que cantarle todo lo que quiera porque de lo contrario llora con lágrimas falsas y manipuladoras. Aunque cualquier amorosa melodía lo cautiva, Mambrú y el Pon pon son sus preferidas.

Al cogerlo al hombro, no espera para agarrar mis lentes que ya son víctimas estropeadas y resignadas de sus juegos. Luego, toma la peinilla, y siempre al revés, se la pasa por su escaso pelo. Saca mi agenda del bolsillo y la abre llevándosela a la boca, como si paladeando quisiera descubrir los secretos de mis apuros. Es entonces cuando su cara se ilumina y ríe con dejo de triunfo.

Hace las lindas muecas de su tía Ivelisse, y si alguien le cae bien, graciosamente saca la lengua en peculiar gesto de aceptación. Si te lo cuento, no lo crees, pero cada vez que llega una joven que se parezca a Didi, le hace una guiñada con ambos ojitos y ríe, como si le diera las gracias por recordarle a su mamá. Está tan hermoso y dulce como aquél día de tu definitiva partida. ¿Recuerdas?, lo tenías sobre el plinto de tu ya deteriorado cuerpo, y como si lo estuvieras sacando de las manos, parecía que tus caricias lo esculpían haciéndolo más hermoso que el día en que nació. Te quedaste en su mirada.

Entre otras cosas, dice mamá, papá y tata. Hay veces que dice las tres juntas. Todavía no distingue bien entre una y otra, pero las usa con los que quiere. Creo que tú eres Tata. Al sonreir en esos sueños profundos de bebé cansado de tanto trabajo de gracia y aprendizaje, sé que lo estás besando y que sus sonrisas son para ti. El Viejo, que tan sólo lo conoce por tus cuentos, estará feliz.

Como el niño del poeta, tiene en su boca tres diminutas hachas, dos en la parte inferior y una en la parte superior donde, como hilo blanco, se asoma otra pequeña arma filosa. Son un premio para el que lo ve reír. Es tibio y su fragancia pura se puede recordar como si fuera un hermoso cuento de hadas.

Pelea con el sueño y cuando no lo chiquiteamos porque sabemos de sus trampas y juegos de atracción, se canta sus propias nanas en lánguidos gorjeos que provocan ansias irresistibles de levantarlo, besarlo, acariciarlo, apretarlo y quererlo más. Es como coger el amor en las manos. No lo creerás, pero cuando su padre y yo hablamos, o escucha la voz de adultos varones, engola la voz en sus decires sin sentido, y frunce el entrecejo como si hablara de asunto serio y grave. Es un sol de amor que entibia y enternece el alma de los que ilumina.

Tu nieto se las trae y nos tiene a todos, locos de felicidad. Síguelo bendiciendo que su gracia es prueba de tu presencia en su vida.

Hasta la otra.